martes, 31 de mayo de 2011

Los Arrabbiati

Ejecución de Girolamo Savonarola en 1498 en la Piazza della Signoria

Hace un mes, tuve la suerte de poder asistir a una charla que Vargas Llosa dio en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid. El genial literato, preguntado por los revolucionarios, los rebeldes, vino a expresar su admiración por ellos. Si no fuera por los rebeldes, decía, por los inconformistas, la sociedad no habría avanzado.
Sí, sé que es curioso que a mí, la persona más tibia del planeta, la menos revolucionaria, me llame la atención esta frase de Vargas Llosa. Y sin embargo, le entiendo perfectamente. Y de hecho, no mucho después de esta charla surgió la Spanish Revolution.
Como buen madrileño, de cuerpo y de corazón, me he pasado por Sol un par de días. Me he sentido parte de la multitud, he gritado con ellos, he comido allí, he elevado pancartas. He sido parte de los indignados, pues, a pesar de no haber sufrido aún los abusos de los poderosos, sé que estos se cometen.
Un lema de tantos oídos allí me hacía mucha gracia. Los revolucionarios que tomaron Sol se llaman a sí mismos los indignados. Y se supone que cuando hablas de los indignados tienes que conocerles, como si ellos fueran los primeros en la historia irritados contra la gestión del poder.
Ninguno recordará, puesto que fue hace seis siglos (Allá por 1496), el régimen de Girolamo Savonarola. Este dominico fue un ejemplo de lo que hoy conocemos como fundamentalista religioso, de los de manual podríamos decir. Un puritano que creía que su libre albedrío no consistía solamente en controlar sus actos sino también los de sus vecinos.
Por eso, cuando tomó el poder en Florencia con la expulsión de los Médici, a los que era contrario, impuso un estricto régimen. Perseguía la homosexualidad ante todo, contra la depravación, el lujo, el alcohol, el juego. Se hizo especialmente conocido por encender las “Hogueras de vanidades” a las que los ciudadanos debían arrojar todos sus objetos pecaminosos, entre los que se encontraba cualquier utensilio que sirviera simplemente para alabar la vanidad humana. Incontables cosméticos, obras de arte, y lo que es peor, libros, fueron reducidos a cenizas. La gente quemaba sus objetos por miedo a lo que les podía pasar si no lo hacían y sus vecinos les delataban.
El caso es que, como siempre, una facción de gente que no estaba de acuerdo con el gobierno de Savonarola surge en Florencia. Los llamados Arrabbiati (enfurecidos, enojados, alguno lo traduciría por indignados) Al principio se ignoraban sus quejas, después fueron derrotados en las calles y muchos tuvieron que huir.
Pero los Arrabbiati desplazaron sus ideas con ellos, su descontento con su líder. Y supieron esperar su oportunidad. El inevitable enfrentamiento del austero Savonarola contra los Borgia, sobre todo el papa Alejandro VI, paradigma de una vida de excesos, llevó a que en 1498, apoyados por las fuerzas papales, los Arrabbiati consiguieran su objetivo.
Por desgracia, y una vez conseguido el poder, el único detalle que tuvieron los Arrabbati fue no arrancarle el brazo derecho a su depuesto gobernador para  que pudiese firmar su arrepentimiento tras dos días de tortura, justo antes de quemarle vivo junto a sus seguidores.
Los Arrabbiati triunfaron e instauraron la república, el paradigma de la democracia tras haber estado sometidos. De hecho uno de los principales poderosos en aquella época fue Maquiavelo. Y sin embargo, en estos años el gobierno florentino fue el modelo de los abusos de autoridad, de la legitimación de la conveniencia política. Hasta que intervino el ejército español y restauró en el poder a los Médici, era insostenible la república de Florencia.
Con esto quiero decir que la indignación a veces nubla el juicio. Que aunque las reclamaciones sean juiciosas, también tiene que haber espíritu cooperativo una vez se consiguen restaurar las libertades. Que no somos los primeros, ni seremos los últimos, en estar disconformes de cara al sistema. Que en definitiva, el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Si al final llegáis a algo, indignados, recordad esto y sed moderados, actuad con juicio y con temple. Aunque vosotros estéis también arrabbiati, no dejéis que la ira nuble vuestro entendimiento.
Miguel de la Asunción

sábado, 14 de mayo de 2011

Del crimen, el castigo y el nihilismo


De vez en cuando, cojo una obra y me llevo la agradable sorpresa de que contiene muchos matices filosóficos, una carrera que estuve cerca de hacer. Eso hace que adquiera importancia, que lea con más gusto, y que reflexione.
Cogí “Crimen y Castigo” porque decidí que los autores rusos merecían una segunda oportunidad. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que todo el libro es un soterrado planteamiento del nihilismo.
Con el nihilismo, aunque ignoro el orgullo, tengo prejuicio. Tengo prejuicio porque, si bien entiendo lo que quiere decir, jamás he compartido sus ideas. Hablando en plata, os diré que Nietzsche me parece desde siempre un egocéntrico y arrogante y tengo la sospecha de que eso de acabar hablando con un caballo es el resultado final de un tumor cerebral que le acompaño toda su vida, puesto que soy incapaz de explicarme cómo pensaba algunas de las cosas  este hombre.
Tal vez sea que lo mío es crear y no destruir. O que mis principios éticos y religiosos, o mi educación, o quizá mi carta astral me impidan compartir estas ideas. Pero que queréis que os diga, eso de que el bien y el mal no existen, y sobre todo, lo de que hay personas extraordinarias y el resto nos podemos ir a pescar bacalaos al Sahara me parece pretencioso además de partidista.
Dostoievski, como he dicho, plantea el nihilismo. Y fíjate que en un primer momento parece estar a favor. Plantea el nihilismo en un artículo en el que, básicamente dice, que gente extraordinaria como Napoleón consiguió los éxitos que consiguió por pasarse la moral por el forro de sus napoleónicas pelotas. Afirma ladinamente que el progreso del mundo ha sido llevado a cabo por estas personas “extraordinarias” que, consiguiendo ignorar la moral inherente al ser humano, actúan a pesar de las consecuencias.
Y sin embargo, Dostoievski construye el libro en base a dos problemas fundamentales de esta teoría: El primero es ¿Cómo saber qué persona es extraordinaria, según estos parámetros? Un defensor nihilista puede considerarse extraordinario pero ¿acaso lo es? ¿Acaso el querer ignorar la moral significa poder hacerlo? La lógica, las ideas, los principios, pueden guiar una idea. Pero la repercusión somática del mismo puede ser importante. Se suele decir, con razón, que el que duerme por las noches es aquel que tiene la conciencia tranquila. En la década de los 90 surgió el estudio de la inteligencia emocional. La lógica pura no lo es todo.
La segunda idea que se plantea es ética: ¿Existe un bien y un mal? Los nihilistas afirmarían que no. Y a partir del nihilismo han salido escuelas de vida vacías y egoístas como el hedonismo y el utilitarismo, partiendo también de la idea de que el individuo sólo se debe preocupar de sí mismo.
¿Dónde quedarían para un nihilista la solidaridad, la cooperación para el desarrollo, las fundaciones, los misioneros, los donantes? ¿Qué mundo le queda a un nihilista, aparte del que está en la punta de su nariz?
Nietzsche tuvo su repercusión. No solo en literatura y en filosofía. No solo en la sociedad y en las escuelas. También en la política, pues sus ideas, malinterpretadas eso sí, fueron aplicadas por los nazis. Y en muchos se fraguó la idea de que debían ser cual lobo estepario. Ese es el pensamiento de la mitad del mundo ahora. La otra mitad, como yo, comprendemos que debemos hacer lo que debemos hacer, como dijo Kant. Cuestión de bandos, supongo. Para mí sí existen el bien y el mal. Para mí, estoy en el correcto.

Miguel de la Asunción

lunes, 9 de mayo de 2011

"Al amigo todo, al enemigo ni justicia"




Con esta frase evidenciaba el Presidente Argentino Juan Domingo Perón que llegado el momento de la verdad, los principios son secundarios.
Hace diez años el mundo era muy diferente. En un lado del Atlántico un señor de bigote llevaba ya cinco años sentado en la Moncloa, un joven de Huntsville creaba la que sería la enciclopedia virtual más famosa del mundo y el gran cantautor de Úbeda que esperaba 19 días y 500 noches sufría un infarto cerebral.
El mundo era imperfecto sí, pero desde luego muy diferente a como sería a partir de ese 11 de Septiembre.
A algunos les parece exagerado, pero si algo nos enseñan a los futuros politólogos es a que después de ese día nuestro globalizado mundo no sería igual. Desde ese día, viajar en avión se convertiría en toda una odisea marcada por la desconfianza en el prójimo y en el terror continuo.
El director Michael Moore retrata perfectamente en su película-documental Fahrenheit 9/11 como el Gobierno ultraconservador de George W. Bush en EE.UU. se encargaría de decirle al mundo que debían de tener miedo. Miedo, ¿a qué? Miedo a todo.
Si en algo coincidimos todos es en que lo que ocurrió en el World Trade Center de Nueva York aquella mañana (y que nos quitó de un golpe las ganas de dormir la siesta a los españoles, dadas las horas en la Península) fue algo horrible. 5.000 personas murieron abrasadas por las llamas, aplastadas por los escombros o descoyuntadas contra el pavimento neoyorquino al tirarse por las ventanas. Pero EE.UU supo aprovechar esas lágrimas, supo aprovechar ese dolor y utilizarlo para justificar la destrucción total de dos países soberanos como Afganistán e Irak en busca de un terrorista saudí y unas armas de “destrucción masiva” de las que aún hoy no hay rastro.
Lloramos y lloramos durante meses a los muertos en Nueva York, pero, ¿cuántos meses lloramos a los muertos en Afganistán o Irak?
Mientras millones de españoles se echaban a la calle para decir NO a arrasar Irak, un Gobierno déspota y con mayoría absoluta hacía caso omiso al pueblo al que debía lealtad. Muy pocos valorarían las consecuencias reales de esa intervención hasta que aquel 11 de Marzo de 2004 nos tuvimos que vestir de luto.
Habían pasado los años, y Afganistán e Irak, por desgracia, se habían quedado relegados a un segundo plano en los informativos cuando se notificaba, sin pudor o remilgo ninguno, los cientos de muertos diarios provocados por el caos social, provocado a su vez por la intervención estadounidense. El escenario, además, era totalmente diferente: EE.UU había pasado de un presidente texano a un prometedor abogado afroamericano de Chicago, Reino Unido de un jovial laborista que tiró su gestión por la borda irakí a otro joven, conservador, amante de las políticas de thatcherianas, y España de un derechista prepotente a un leonés con mano de hierro y guante de seda.
Sí, demasiado preocupados estábamos con los problemas económicos mundiales como para acordarnos de aquel señor saudí que se escondía en algún lugar de Oriente Medio, ese asesino fanático al que el Presidente Premio Nobel de la Paz ordenó abatir con dos tiros en la cabeza delante de su hija.
Osama Bin Laden era un asesino, con todas las letras, pero hasta el propio Hermann Göering tuvo un juicio. Son meras excusas lo que se dice que fue en pos de posibles represalias de Al-Qaeda: EE.UU se ha acostumbrado a tomar la justicia mundial por su mano y a que nadie le recrimine nada por miedo.
En nuestro país es llamativo que, los mismos que dijeron en su día que la creación de los GAL había sido una aberración porque a los terroristas había que juzgarlos y no asesinarlos, son los mismos que hoy aplauden como monos alborotados que se haya terminado con Bin Laden de este modo. El periodista conservador Alfonso Rojo llegó a decir en una tertulia televisada que “lo único que lamentaba es que, aparte del tiro en la cabeza, no le hubieran pegado otro tiro en los cojones”.
Sí, este tipo de personas son a las que coronan hoy día como Nobel de la Paz.

Jorge Osma

domingo, 8 de mayo de 2011

La Generación perdida

El otro día leí un artículo en el “Qué!”, en el que se hablaba de “Generación Perdida”  al insinuar que nuestra generación tenía pinta de ir a vivir peor que sus padres. No parece ser un artículo muy optimista o muy halagüeño para con el futuro, pero desde hace un tiempo ninguno lo es.
El caso es que yo, de natural optimista y convencido de que todo esto pasará al ser la economía una ciencia cíclica, me puse a pensar en estas opiniones que tenían sobre nuestra generación. Y me pusieron un documental sobre la globalización, en el que, os resumo, se acusaba al FMI y a los bancos de ser la lacra de los tiempos modernos.  ¿Es esto un pensamiento nuevo? Parece serlo. Las hordas de hippies y manifestantes que se lanzan a la calle para protestar por un futuro que aún no conocen creen que son los primeros en estar preocupados por los días venideros.
Sin embargo yo, ávido lector de la real Generación Perdida, sé de buena tinta que no es así. De hecho, mi escritor favorito (Con permiso de Gabriel García Márquez) es un miembro de esta generación, como es John Steinbeck. Y reflexionando sobre todo esto me acordé de que ya en 1939 algunos tenían estas ideas.
“Las uvas de la ira”, capítulo V, os lo puede contar mejor que yo: “Y todos se sentían atrapados en algo que les sobrepasaba. Unos despreciaban las matemáticas a las que debían obedecer, otros tenían miedo, y aun otros adoraban las matemáticas porque podían refugiarse en ellas de las ideas y los sentimientos. Si un banco o una compañía financiera eran dueños de las tierras, el enviado decía: el Banco, o la Compañía, necesita, quiere, insiste, debe recibir, como si el banco o la compañía fuera un monstruo con capacidad para pensar y sentir, que les hubiera atrapado. Ellos no asumían la responsabilidad por los bancos o las compañías porque eran hombres y esclavos, mientras que los bancos eran máquinas y amos, todo al mismo tiempo. Algunos de los enviados estaban algo orgullosos de ser los esclavos de señores tan fríos y poderosos. Se quedaban sentados en los coches y daban explicaciones. […]Y los enviados explicaban el mecanismo y el razonamiento del monstruo que era más fuerte que ellos. Un hombre puede conservar la tierra si consigue comer y pagar la renta: lo puede hacer.
Sí, puede hacerlo hasta que un día pierde la cosecha y se ve obligado a pedir dinero prestado al banco. Pero, entiendes, un banco o una compañía no lo pueden hacer porque esos bichos no respiran aire, no comen carne. Respiran beneficios, se alimentan de los intereses del dinero. Si no tienen esto mueren, igual que tú mueres sin aire, sin carne. Es triste pero es así. Sencillamente es así. No podemos depender de eso. El banco, el monstruo necesita obtener beneficios continuamente. No puede esperar, morirá. No, la renta debe pagarse. El monstruo muere cuando deja de crecer. No puede dejar de crecer.”

¿Impactante, verdad? Pero fijaos en lo más curioso. El contexto en el que Steinbeck habla de esto, es, en la Gran Depresión, con las masivas migraciones de los pequeños productores agrícolas. Cómo les sustituye la tecnología, cómo tienen que malvivir y apañar demasiada fuerza de empleo para poco trabajo.

Pero la Gran Depresión terminó. Y sin embargo, el monstruo muere cuando deja de crecer. ¿Cómo alimentar a los bancos? Tal vez yo no os lo pueda explicar detenidamente. No soy un experto, ni mucho menos, en Relaciones Internacionales, ni en macroeconomía. No podría deciros por qué las deudas externas de los países siguen siendo lastres de su crecimiento pese a los “planes de ajustes” del Fondo Monetario Internacional. Ni podría deciros por qué, en pleno siglo XXI, en países con gran potencial como Argentina parece mantenerse el antiguo sistema de terratenientes, al conservar un escaso 20% de la población más de la mitad del PIB.

Permitidme remitiros de nuevo a “Las uvas de la ira” cuando dice aquello de “Sí, pero el banco no está hecho más que de hombres.
No, estás equivocado, estás muy equivocado. El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar.”

La Generación Perdida era una serie de escritores desilusionados, desencantados, alguien que de joven también miraba con más miedo que vergüenza al futuro. Ellos lucharon por lo que creían con el arma más importante que tenían: la palabra.

De lo que sí entiendo y os puedo hablar es de literatura. Todos los autores de este grupo tenían algo en común: la fe, pese a todo, en la humanidad. La necesidad de la persecución de un mundo humanizado.

Y por ello me alegro de que aun a día de hoy se hable de una generación perdida. Eso, si bien puede ser despectivo en algunos aspectos, puede significar también que tenemos esperanza, que tenemos corazón además de razón. Que en el fondo las ideas de Steinbeck, y de Faulkner, y de Hemingway, siguen vivas. Que tan capaces somos de armar una Fiesta en París como de sacarnos de dentro el Ruido y la Furia. Que a la larga, aunque los nuestros sean Sueños de Invierno, nos vale un pequeño hueco Al Este del Edén. Pero necesitamos mantenerlo. Necesitamos al hombre.

Miguel de la Asunción

miércoles, 4 de mayo de 2011

Telecirco.


El ser humano es increíblemente manipulable,  hasta el punto de incluso forjar ideales de vida con personajes a los que se considera “famosos” o “estrellas” de la televisión. ¿Y por qué?
Porque, y en parte no está mal, nos gusta tener un ideal en esta vida, un ejemplo y un personaje al que admiramos principalmente porque sale en televisión y cobra “algo” más que nosotros, y claro, eso vende y a la vez nos atrae.
Claro que admirar hasta el punto de defender, en concreto, a los individuos que aparecen en el programa Sálvame , Gran HermanoHombres Mujeres y viceversa, etcétera, no es algo de lo cual debamos sentirnos orgullos, ni mucho menos. El simple hecho de que alguien vea, apoye o admire ese tipo de programas que tantas críticas han recibido desde que se empezaron a emitir da una imagen terrible a España y a sus gentes.
¿Por qué estos programas no están tan bien vistos? Pues existen razones, sí, y muchas de hecho. Para empezar todos están clasificados como “telebasura” , y ya no es el desorden y jaleo que les caracteriza sino más bien es el terrible ejemplo de sociedad en declive, aburrida y pasiva a la cual no parece llamarle la atención ni lo más mínimo la cultura y justifica estos “programas” como algo entretenido. Y hay más.
 En el caso de Sálvameha llegado a ser solicitada su retirada de la programación por diversos organismos públicos y particulares, debido a su contenido basado en polémicas, morbo y discusiones.  Estos casos llevaron a la apertura, por parte del Ministerio de Industria, de un expediente sancionador contra Telecinco. Y eso son palabras mayores.
Otro ejemplo es el caso de Gran Hermano 24 horasEl 31 de diciembre de 2010 nació Gran Hermano 24 horas, un canal que conectaba las 24 horas del día con el concurso Gran HermanoGran Hermano 24 horas ocupó el canal que dejó libre CNN+ en TDT el 28 de diciembre de 2010. Sin duda algo muy justo y proporcional, eliminamos un canal de noticias, que significan cultura e información que mañana serán acontecimientos históricos por otro que ofrece algo similar, un “documental  basado en el ser humano” que basa su ideología en enjaular a un grupo de personas para observar su comportamiento y así poder estar informados durante todo un día, y otro, y otro, a todas horas de lo que esas personas hacen o dejan de hacer. Sin duda, noticias 24 horas por Gran Hermano 24 horas es algo lógico y racional.
Hace poco vi en “El mundo today”, un periódico cuyo contenido es cómico, una noticia muy , muy, muy interesante…


Telecinco emite por error ocho segundos de un documental

Publicado el 30 de Agosto de 2010 por Juanra Bonet.
La tarde del 29 de agosto de 2010 pasará a la historia de la televisión en España. A las 17:40, Telecinco interrumpió su programación habitual por accidente para emitir durante ocho segundos un fragmento del documental “Niels Bohr, papá cuántico” justo en el momento en el que la voz en off del narrador decía “..blicó su modelo atómico en 1913, en el que aseguraba que el número de electrones aumenta desde el interior al exterior del átomo, aunque también podían cae…”. En ese instante, la cadena de Fuencarral recuperó el control de la programación y prosiguió la emisión de su magazine “Sálvame”.

En definitiva, esta cadena anticultural actualmente mueve masas, en cambio La 2, por ejemplo,  de carácter social, ecologista y cultural registra el menor índice de audiencia.  Eso sí, Telecinco es líder del entretenimiento de los españoles.

 


Jesús Rico Altozano

martes, 3 de mayo de 2011

Siéntelo libre.


raya. vacío. raya. vacío. raya. vacío. como las líneas de una carretera. como la velocidad de los coches conducidos por cerebros comidos por el tiempo. allí estaba ella. raya. vacío. raya. vacío. caminaba en medio de dos asfaltos, entre una manada de ruedas desgastadas. dudaba si quedarse en la línea imaginaria o cruzar a la acera de los vencidos. ¿qué era lo fácil? detener el tiempo... o detenerse en el tiempo... no lo sabía. raya. vacío. raya. vacío. raya. no se conocía, le picaban los pies, tenía los cascos puestos con la música que le llenaba el cuerpo de escalofríos, y se puso a llover, y se puso a cantar, y se puso a gritar, a chillar, a sangrar, a suplicar. era tanta la indiferencia que tenían hacia ella que no sabían ni que existía. ella se disfrazaba de fantasma, pero seguía caminando por las pequeñas señales pintadas de blanco de la carretera. a contracorriente, siempre a contracorriente. raya. vacío. raya. y se iba acercando al principio, queriendo llegar al final,... no dejaba de caminar, y se encendió un cigarrillo para apagarlo con la lluvia. es increíble ver como desaparece el humo cuando eres tú quien lo provoca. raya. vacío. raya. se puso de rodillas, inclinó su cuello hacia el cielo, buscó estrellas por todas las esquinas de su noche, pero no existían, al menos en su propio cielo. raya. vacío. vacío. vacío. vacío... nada. vacío.

Klaudia Castillo

domingo, 1 de mayo de 2011

Lo que yo llamo “romanticismo quinceañeril”.


Cuando uno nace en una casa que, rompiendo todas las estadísticas, quintuplica por lo menos el número de libros que duermen en ella, se habitúa a leer de todo. Ya desde pequeño acostumbraba a decírmelo mi madre: “Tienes que leer de todo, nunca puedes juzgar un libro simplemente por la portada”
El caso es que, como las palabras de una madre son sabias, uno hace caso y está acostumbrado desde pequeño a leer hasta los prospectos de los medicamentos. (Por cierto, si un tranquilizante te puede producir insomnio, diarrea, migraña, malestar, picores… que alguien me diga cómo es capaz de tranquilizar a alguien)
Total, que leyendo y leyendo diversos volúmenes, al final se llega a los autores contemporáneos. Y en un momento dado, aunque creas que nunca lo vas a hacer, acabas con una saga de ese moderno género que yo he dado en llamar “Romanticismo Quinceañeril”
Visto el tratamiento vampírico, este tipo de libros también se conocen por “Como hacer que Bram Stoker se revuelva en su tumba” o también “Antes los vampiros sucumbían al Sol. Ahora prefieren la purpurina”
Tras leer un par de historias de estos libros, he llegado a una conclusión: O los actuales quinceañeros son abiertamente estúpidos, o el romanticismo ha evolucionado mucho desde mi época y estoy muy viejo.
En serio, algunas de las características de este romanticismo quinceañeril son decididamente para mear y no echar gota. Ella siempre es una zorra que está buenísima, no es consciente de su belleza, pero ¡eh! Siempre hace dieta o intenta cuidarse, porque si pasa de 60 kilos no puede protagonizar el libro. Un buen modelo a seguir.
¿Y qué decir de él? Siempre es un macarra rebelde atormentado por su pasado que está cerrado al mundo y se niega a abrirse ante los demás hasta que la ve a ella y PUM! Se convirtió en Chocapic.
Por supuesto, no todo es tan fácil, claro. Siempre tienen un par de escenas de “que si”: que si no podemos estar juntos para darle intriga al libro. Que si hay otra persona, que si somos de distintos mundos, que si en principio me resultas muy atractivo pero no me gusta tu carácter, etc, etc.
Y eso por no hablar de las expresiones que se usan. Quiero decir, uno lee cosas como “Y le miró por debajo de las pestañas” ¿Y qué quiere decir eso? ¿Qué le miró sin sacarse los ojos?
Pero bueno, sinceramente, no me molestaría tanto todo esto, porque entiendo que hay libros que no son de mi estilo, si no fuera por la repercusión. Es que desde Crepúsculo ha sido todo de lamentable para arriba.
Cuando uno lee gilipolleces como que la venta de cremas solares se ha disparado porque las quinceañeras histéricas quieren tener la piel blanca como los de Crepúsculo… o lo de que últimamente adonde mires en el sur pintadas por la calle que pongan “Tengo ganas de ti” “Buenos días princesa” y demás, porque desde Moccia hay que ser graffitero para ser romántico… pues se le cae el alma a los pies, que queréis que os diga.
En fin, que el otro día, mi prima de 14 años se estaba empezando a leer “Tres metros sobre el cielo”, una vez que despreció sin ojear siquiera “Cumbres Borrascosas”. Miedo me da como pueda salir.
Y por cierto, si queréis leer algo de romanticismo algo más serio, hay una larga lista de libros como “El Amor en los tiempos del cólera” (G.G.Márquez) “Alas Rotas” (Khalil Gibran) “Rio Sagrado” (Wilbur Smith) “Un ángel para Emily” (Jude Deveraux) o los clasicazos romanticos (Cumbres Borrascosas, Orgullo y Prejuicio, etc.)

Miguel de la Asunción