lunes, 9 de mayo de 2011

"Al amigo todo, al enemigo ni justicia"




Con esta frase evidenciaba el Presidente Argentino Juan Domingo Perón que llegado el momento de la verdad, los principios son secundarios.
Hace diez años el mundo era muy diferente. En un lado del Atlántico un señor de bigote llevaba ya cinco años sentado en la Moncloa, un joven de Huntsville creaba la que sería la enciclopedia virtual más famosa del mundo y el gran cantautor de Úbeda que esperaba 19 días y 500 noches sufría un infarto cerebral.
El mundo era imperfecto sí, pero desde luego muy diferente a como sería a partir de ese 11 de Septiembre.
A algunos les parece exagerado, pero si algo nos enseñan a los futuros politólogos es a que después de ese día nuestro globalizado mundo no sería igual. Desde ese día, viajar en avión se convertiría en toda una odisea marcada por la desconfianza en el prójimo y en el terror continuo.
El director Michael Moore retrata perfectamente en su película-documental Fahrenheit 9/11 como el Gobierno ultraconservador de George W. Bush en EE.UU. se encargaría de decirle al mundo que debían de tener miedo. Miedo, ¿a qué? Miedo a todo.
Si en algo coincidimos todos es en que lo que ocurrió en el World Trade Center de Nueva York aquella mañana (y que nos quitó de un golpe las ganas de dormir la siesta a los españoles, dadas las horas en la Península) fue algo horrible. 5.000 personas murieron abrasadas por las llamas, aplastadas por los escombros o descoyuntadas contra el pavimento neoyorquino al tirarse por las ventanas. Pero EE.UU supo aprovechar esas lágrimas, supo aprovechar ese dolor y utilizarlo para justificar la destrucción total de dos países soberanos como Afganistán e Irak en busca de un terrorista saudí y unas armas de “destrucción masiva” de las que aún hoy no hay rastro.
Lloramos y lloramos durante meses a los muertos en Nueva York, pero, ¿cuántos meses lloramos a los muertos en Afganistán o Irak?
Mientras millones de españoles se echaban a la calle para decir NO a arrasar Irak, un Gobierno déspota y con mayoría absoluta hacía caso omiso al pueblo al que debía lealtad. Muy pocos valorarían las consecuencias reales de esa intervención hasta que aquel 11 de Marzo de 2004 nos tuvimos que vestir de luto.
Habían pasado los años, y Afganistán e Irak, por desgracia, se habían quedado relegados a un segundo plano en los informativos cuando se notificaba, sin pudor o remilgo ninguno, los cientos de muertos diarios provocados por el caos social, provocado a su vez por la intervención estadounidense. El escenario, además, era totalmente diferente: EE.UU había pasado de un presidente texano a un prometedor abogado afroamericano de Chicago, Reino Unido de un jovial laborista que tiró su gestión por la borda irakí a otro joven, conservador, amante de las políticas de thatcherianas, y España de un derechista prepotente a un leonés con mano de hierro y guante de seda.
Sí, demasiado preocupados estábamos con los problemas económicos mundiales como para acordarnos de aquel señor saudí que se escondía en algún lugar de Oriente Medio, ese asesino fanático al que el Presidente Premio Nobel de la Paz ordenó abatir con dos tiros en la cabeza delante de su hija.
Osama Bin Laden era un asesino, con todas las letras, pero hasta el propio Hermann Göering tuvo un juicio. Son meras excusas lo que se dice que fue en pos de posibles represalias de Al-Qaeda: EE.UU se ha acostumbrado a tomar la justicia mundial por su mano y a que nadie le recrimine nada por miedo.
En nuestro país es llamativo que, los mismos que dijeron en su día que la creación de los GAL había sido una aberración porque a los terroristas había que juzgarlos y no asesinarlos, son los mismos que hoy aplauden como monos alborotados que se haya terminado con Bin Laden de este modo. El periodista conservador Alfonso Rojo llegó a decir en una tertulia televisada que “lo único que lamentaba es que, aparte del tiro en la cabeza, no le hubieran pegado otro tiro en los cojones”.
Sí, este tipo de personas son a las que coronan hoy día como Nobel de la Paz.

Jorge Osma

1 comentario:

  1. Fundamentalmente estoy de acuerdo contigo, Jorge, pero no tanto por la ironía de que esto lo haga un Premio Nobel de la Paz, sino mas bien porque Estados Unidos, autoproclamado Paladín del Liberalismo siga haciendo estas cosas.

    Parece que en España se ha tomado este asunto como una buena decisión estadounidense, cuando tu, como politólogo, recordarás que los GAL (Que también luchaban contra terroristas, oye, aunque fuera en ámbito nacional) le costaron las elecciones a Felipe González. Y sin embargo este incidente hace que Obama suba 10 puntos en las encuestas.

    En cualquier caso, yo creo que hacer esto justo en el momento de tanta problemática con los países árabes, justo cuando los hermanos musulmanes están, como quien dice, en la cresta de la ola, puede ser un fallo gordo para USA. Como pasa siempre, el tiempo y la historia dirán.

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